Los "no-lugares"
Dr. Norbert-Bertrand Barbe
En su libro epónimo (Los no lugares - Espacios de anonimato - Una antropología de la sobremodernidad, París, Seuil, 1992, Barcelona, Gedisa, 2000), Marc Augé define "los no lugares" desde varias perspectiva:
1. Lo que llama la "superabundancia espacial" (p. 41), que, por un lado, tiene que ver con el concepto que hemos desarrollado (v. nuestro libro sobre Historia de la Arquitectura Contemporánea Siglos XIX-XXI) de la "arquitectura ficticia" - es decir, la arquitectura imaginaria, que no existe o tiene que existir para que la reconozcamos y la sospechemos o nos identifiquemos con ella (ej.: la arquitectura futurista, que se quedó siempre a nivel de bocetos, pero ha predeterminado nuestra idea y visión de la arquitectura de mañana, tanto mental como audiovisual, ya que la encontramos en series televisivas y películas) -, y por otro lado abarca la ampliación, para Augé falsa y/o falsificada, de la relación entre "Lo cercano y el afuera" (p. 15, título de la parte), mediante el hecho de que reconozcamos como propios conjuntos edificacionales en los que nunca hemos vividos y probablemente nunca viviremos (pp. 38-39):
"Habrá que tomar también en consideración esa especie de falsa familiaridad que la pantalla chica establece entre los telespectadores y los actores de la gran historia, cuya silueta es tan habitual para nosotros como la de los héroes de folletín o la de las vedettes internacionales de la vida artística o deportiva. Son como los paisajes donde las vemos moverse regularmente: Texas, California, Washington, Moscú, el Eliseo, Twickenham, Aubisque o el desierto de Arabia; aun si no los conocemos, los reconocemos."
2. De ahí se desprendería que "En las sociedades occidentales, por lo menos, el individuo se cree un mundo." (p. 43) Por lo que: "... nunca las historias individuales han tenido que ver tan explícitamente con la historia colectiva, pero nunca tampoco los puntos de referencia de la identidad colectiva han sido tan fluctuantes." (ibid.)
En la segunda parte de su reflexión sobre "El lugar antropológico", lo define así (p. 51):
3. "... el dispositivo espacial es a la vez lo que expresa la identidad del grupo (los orígenes del grupo son a menudo diversos, pero es la identidad del lugar la que lo funda, lo reúne y lo une) y es lo que el grupo debe defender contra las amenazas externas e internas para que el lenguaje de la identidad conserve su sentido."
4. Sin embargo (pp. 52-53): "La fantasia del lugar fundado e incesantemente refundador no es sino una semifantasía. Ante todo, funciona bien o, mejor dicho, ha funcionado bien: las tierras fueron valorizadas, la naturaleza fue domesticada, la reproducción de las generaciones, asegurada; en este sentido los dioses del terruño los protegieron bien.../... Semifantasía también porque, si nadie duda de la realidad del lugar común y de las potencias que lo amenazan o lo protegen, nadie ignora tampoco, nadie ha ignorado nunca ni la realidad de los otros grupos (en África, numerosos relatos de fundación son ante todo relatos de guerra y de huida) y por lo tanto también de los otros dioses, ni la necesidad de comerciar o de ir a buscar mujer en otra parte."
5. Así el problema del etnólogo para estudiar la sociedad contemporánea es que (p. 55): "el objeto del etnólogo, para él (Mauss), son las sociedades precisamente localizadas en el espacio y en el tiempo."
6. Mediante la referencia a varios autores, expresa el lugar antropológico como: a) histórico (p. 60), es el en que se establece una relación entre el individuo (y su cuerpo, p. 59) y la relación con los demás. Es también el lugar de los antepasados. Asimismo (p. 64) de una historia colectiva que, inscrita en la duración, crea una herencia de hechos pasados a este lugar. b) Geométrico (pp. 62-63): abarca el concepto de intersección (entre lo individual y la relación), está configurado por ejes de movimiento (calles, encruzijadas, etc.), y centros (de intercambios mercantiles y de monumentos, es decir, concretamos, de símbolos: religiosos y políticos).
7. Así, para Augé, a inicios de la tercera parte, el lugar se define como (p. 81, primera frase): "Presencia del pasado en el presente que lo desborda y reivindica". Refiere en ello al primer poema de los Tableaux parisiens de Baudelaire (p. 82), y, evidentemente (p. 83), a la Madeleine de Proust.
En esta tercera parte, Augé opone a estos lugares "de memoria" (pp. 83-84):
8. "Un mundo donde se nace en la clínica y se muere en el hospital, donde se multiplican, en modalidades lujosas e inhumanas, los puntos de tránsito y las ocupaciones provisionales (las cadenas de hoteles y las habitaciones ocupadas ilegalmente, los clubes de vacaciones, los campos de refugiados, las barracas miserables destinadas a desaparecer o a degradarse progresivamente), donde se desarrolla una apretada red de medios de transporte que son también espacios habitados, donde el habitué de los supermercados, de los distribuidores automáticos y de las tarjetas de crédito renueva con los gestos del comercio "de oficio mudo", un mundo así prometido a la individualidad solitaria y a lo efímero, al pasaje..."
9. "La distinction entre lugares y no lugares pasa por la oposición del lugar con el espacio." (p. 85) Refiere Augé a Merleau-Ponty quien, en su Fenomenología de la percepción, distingue "del espacio "geométrico" el "espacio antropológico" como espacio "existencial"" (ibid.).
10. A raíz de que (pp. 87-88), Augé expresa: "nosotros incluimos en la noción de lugar antropológico la posibilidad de los recorridos que en él se efectúan, los discursos que allí se sostienen y el lenguaje que lo caracteriza." Al usar el término de espacio o lugar: "nos referimos al menos a un acontecimiento (que ha tenido lugar), a un mito (lugar dicho) o a una historia (lugar elevado). Se aplica indiferentemente a una extensión (entre dos puntos) o a una dimensión temporal ("en el espacio de una semana")..."
11. Ahí parece residir parte de la diferencia que aplica Augé al concepto de lugar vs. el de espacio, ya que para él el concepto de espacio refiere a algo "más funcional... que lírico..." "para designar de la mejor manera o al menos lo menos mal posible, en el lenguaje reciente pero ya estereotipado de las instituciones de viaje, de la hotelería y del ocio, los lugares descalificados o poco calificables: "espacios de ocio", "espacios de juego", para aproximarlos a "puntos de encuentros"" (p. 87).
12. Vuelve entonces Augé a su premisa introductoria de la primera parte, acerca de la "pluralidad de lugares" y, tomando el ejemplo de las fotos de vacaciones: "soy yo al pie del Partenón", habla de una "ruptura" "entre viajero-espectador, y el espacio del paisaje que él recorre" (p. 89).
13. Mientras los nombres son los que, transmitiendo una historia del sitio, lo vuelven lugar (p. 90), serían estos mismos nombres que, por: "... la cadena circular de montañas nevadas o la línea de fuga de un horizonte urbano erizado de rascacielos. Su imagen , en suma, su imagen anticipada, que no habla más que de él, pero lleva otro nombre (Tahiti, los Alpes de Huez, Nueva York). El espacio del viajero sería, así, el arquetipo del no lugar." (p. 91)
14. "... hay espacios donde el individuo se siente como espectador sin que la naturaleza del espectáculo le importe verdaderamente. Como si la posición de espectador constituyese lo esencial del espectáculo. Como si, en definitiva, el espectador en posición de espectador fuese para sí mismo su propio espectáculo." (p. 91)
15. "El movimiento agrega a la coexistencia de los mundos y a la experiencia del lugar antropológico y de aquello que ya no es más él (por lo cual Starobinski definió en esencia la modernidad), la experiencia particular de una forma de soledad" (p. 91) "donde la soledad se experimenta como exceso o vaciamiento de la individualidad" (p. 92).
16. Concluyendo, Augé expresa: "Se ve claramente que por "no lugar" designamos dos realidades complementarias pero distintas: los espacios constituidos con relación a ciertos fines (transporte, comercio, ocio), y la relación que los individuos mantienen con esos espacios." (p. 98)
17. Los lugares de la sobremodernidad "se definen también por las palabras o los textos que nos proponen... según los casos de modo prescriptivo ("tomar el carril de la derecha"), prohibitivo ("prohibito fumar") o informativo ("usted entra en el Beaujolais")" (pp. 99-100).
18. "El recorrido por la autopista es por lo tanto doblemente notable: por necesidad funcional, evita todos los lugares importantes a los que se aproxima; pero los comenta. Las estaciones de servicio agregan algo a esta información y se dan cada vez más aires de casas de la cultura regional, proponiendo algunos productos locales, algunos mapas y guías que podrían ser útiles a quien se detuviera. Pero la mayor parte de los que pasan no se detienen, justamente" (p. 101).
Varios elementos nos parecen notables:
En primera instancia, no es dado que el sentimiento de soledad del individuo ante paisajes de vacaciones (punto 15) sea enteramente relacionado con la no informatividad de dicho paisaje. Más bien el turismo cultural es lo que impulsa demasiado viajantes a anotar sus impresiones para después publicarlas, creyendo así, erróneamente, hacer obra novedosa y de etnología. La soledad que se siente en el extranjero es, por lo que sabemos, más relacionado a causas externas a los lugares: no hablar el idioma del país es un problema que limita las interconexiones posibles; si el viaje dura mucho, si la estancia se alarga, la soledad lingüística se vuelve cada vez más cruel y aisladora; por otro lado, la desvinculación de lo que Augé define muy bien como este complejo tejido ideológico, bueno o malo, que crea la realidad propia, y tiene que ver con dos elementos distintos pero complementarios: la construcción social y la educación por un lado (lo que hace que nos reconocemos, y a veces, nos sentimos reducidos por el lugar propio, demasiado bien conocido), y las relaciones (familiales y de amistad) por otro lado (que son las que nos acostumbran a vivir en un lugar, y no en otro, y a menudo nos detienen, a pesar de situación de maltrato o de desempleo, de irnos a otre parte).
Es, precisamente, la oposición entre lo que, muy bien ahí también, Augé llama el "lugar antropológico", en cuanto punto geográfico de congregación de los elementos anteriores (familia, amistades, trabajo, educación, recuerdos colectivos - de Historia, patria y región, recuerdos en este caso como los no lugares inventados, que conocemos pero no hemos experimentados - y recuerdos individuales), y el no lugar (es decir, lo ajeno, "el afuera" vs. "lo cercano", el lugar nuevo, aunque efímero si hablamos de lugar de vacaciones, que no nos remite ni nos transmite nada de lo a que estamos acostumbrados: familiaridad, intimidad, afecto, lengua compartida, recuerdos evocados, símbolos cómodos, ubicación conocida y reconocida de los hitos y puntos estratégicos para la vida cotidiana en el lugar propio).
El lugar ajeno tiene las mismas cualidades que el propio, sólo que el extranjero no las ve. Les resultan extrañas, por eso que las comunidades suelen crear sus propios ghettos (chinatown, barrios latinos, franceses, alemanes, etc., asimismo en el París de inicios del siglo XX se juntaban las personas por procedencia, en particular está el famoso caso de los Auvergnats).
De ahí coincidimos con la idea evocada por Augé (aunque no la comparte del todo, v. p. 112) de Vincent Descombes del "país retórico":
"El personaje está en casa cuando está a gusto con la retórica de la gente con la que comparte su vida. El signo de que está en casa es que se logra hacerse entender sin demasiados problemas, y que al mismo tiempo se logra seguir las razones de los interlocutores sin necesidad de largas explicaciones." (p. 111) Por ende: "Una alteración de la comunicación retórica manifiesta el paso de una frontera" (ibid.).
Volviendo a la secuencia que hemos podido sacar del texto de Augé, la situación del espectador ante el mundo exterior no obligatoriamente se expresa como soledad. Tampoco su autorepresentación ante los edificios simbólicos y de relevancia de las naciones que visita representa una pérdida de identidad, o una relación espectral consigo mismo. Es evidente que, al visitar un lugar ajeno, se piensa en traer fotografías, por razones sociales, poder presumir de haber ido a estos lugares lejanos, y por razones personales, aunque sociales también, poder recordar más que con la sola memoria, y poder enseñar a sus nietos estos lugares que hemos visitados.
Es evidente que esta necesidad de autorepresentación tiene elementos etnocéntricos (interés por visitar los lugares con los que los relatos de conquistas y colonización de extrañas tierras nos han maravillados desde el siglo XIX, pero sin los peligros de los viajeros genuinos - de ahí las numerosas protecciones contra la naturaleza y las poblaciones nativas, entre las cuales la reproducción de la comodidad de hoteles reconocibles, con comida internacional, limitados por mallas protectoras y separadoras, así como el recurso de las visitas guiadas -), y tiene elementos de imposición social (cumplir con el tener la última cámara fotográfica, aunque tomemos fotos de mala calidad, mal enfocadas, y más que casuales; ofrecerse un descanso en el ajetreo del trabajo diario e ir a los lugares que se nos dice valen la pena, al igual que el lector contemporáneo gusta de dejarse guiar por las revistas, los programas y los premios literarios).
Así los puntos 13 y 14 nos parecen invalidarse por sí mismos. El problema no sería, para nosotros, tanto de saber si los lugares turísticos valen la pena ser visitados. Ciertamente sí. Sea una hermosa playa tahitiana, donde se puede ver el fondo del agua por la cualidad cristalina de la misma y la arena blanca que refleja el sol; sea un pequeño pueblo de la Selva Negra con sus techos típicos, rodeado de nieve y con el lago congelado sobre el que se puede caminar como Titisee. Sean lugares cosmopolitas que representan hitos en la mitología colectiva, por la herencia artística y arquitectónica que contienen (Egipto, Roma, Florencia, París), por la literatura decimonónica (San Petersburgo, París, Londres), o por el cinema (India, París, New York).
El problema sería la despersonalización que produce a estos lugares no la sobremodernidad, sino la sobrepoblación vacacional. Es conocido el hecho de que se han desforestado las cimas de las montañas europeas para favorecer el ski alpino, provocando no sólo estragos ambientales y avalanchas repetidas (ahí donde antes los árboles detenían la nieve, ahora la menor causa provoca avalanchas indetenibles), sino que afean el rostro de las montañas. El caso de Titisee es muy sintomático. Pequeño pueblo de la Selva Negra, rodeado de bosques y teniendo su nombre por el lago que lo acaricia. Era hasta finales de los años 1980 un pueblo de casas tradicionales, bordeado de riachuelos y puentes de madera, pueblo de una sola calle que seguían hasta la cumbre de una alta montaña, la cual precisaba de varias horas para llegar a su tope. Hasta que se construyó a orillas del lago, en el centro del pueblo un hotel de estilo internacional de varios pisos.
Sin embargo, no creemos que el turismo implique el irrespeto a la naturaleza o a lo construido y a lo tradicional. Ocurre que promotores inescrupulosos, administradores inconscientes, políticos violadores de la ley, el sentido común y el bien del pueblo, así como pobladores que no ven más allá de una ganancia inmediata y se rebajan a cualquier cosa, son, sin que se den cuenta, los peores enemigos de sí mismos.
En este sentido, el caso del punto 18 es para nosotros muy relevante y paradigmático. Aparentemente, estamos de acuerdo con Augé. Pero en el fondo, agradecemos, sea Dios y todos los santos, que las autopistas no pasen cerca de los lugares históricos. Esta falsa buena intención y/o idea sería lo peor que se podría imaginar. Si Notre-Dame o, peor, la primera iglesia gótica, Saint-Denis son irremediablemente rodeadas de edificios contemporáneos, es porque antes de las famosas leyes Malraux (debidas al no menos famosos intelectual y Ministro de la Cultura de mismo nombre), empezadas a aplicarse desde inicios de los años 1960 y revitalizadas por la ley nº 83-8 del 7 de enero de 1983, el decreto nº 84-305 del 25 de abril de 1984 y la Circular nº 85-45 del 1 de Julio de 1985 (las tres relativas la protección de las Zonas de Protección del Patrimonio Arquitectónico y Urbano: "Zones de Protection du Patrimoine Architectural et Urbain" o ZPPAU), no se aplicaba ninguna restricción a la construcción cerca de los edificios patrimoniales. Desde entonces, para aprobar una nueva construcción a sido preciso obtener el beneplácito (o "avis conforme") de un dispositivo estatal integrado por el alcalde, los servicios de urbanismo y los arquitectos de los monumentos históricos, pero, con pretexto de relance de la empresa inmobiliaria, y por traición a la necesidad de conservación del patrimonio nacional, se puso en peligro este candado legislativo contra las construcciones salvajes (v. "La protection du patrimoine urbain et paysager risque d'être fragilisée", entrevista con Frédéric Auclair, Presidente de la Association nationale des architectes des bâtiments de France, Le Monde, 29/01/2009).
Es ciertamente una cosa buena que las autopistas indiquen pero no lleven a los puntos históricos, para no desfigurar más el rostro de Francia.
Por ende, nos parece haber una confusión en la demostración de Augé entre lo que es el concepto de no-lugar como a) ausencia de vivencia e historia, b) via de tránsito hacia los lugares, y c) espacio de relación mercantil (v. pp. 104-110).
Cuando Augé habla del "extranjero perdido en un país que no conoce (el extranjero de paso (la precisión es de Augé)) (que) sólo se encuentra aquí en el anonimato de las autopistas, de las estaciones de servicio, de los grandes supermercados o de las cadenas de hoteles" (pp. 109-110), debería de distinguir el problema de la internacionalización de la arquitectura de servicio (hoteles, restaurantes, en particular de comida rápida y pizzería, gasolinera) de las estaciones para llegar a lugares. Como él mismo lo recuerda, tanto estaciones de gasolina como hoteles ponen a disposición de sus clientes mapas y plegables de los lugares de interés, históricos y culturales de la ciudad o el sitio.
Nos parece que, cuando Augé nos representa a este extranjero perdido es como Roland Barthes cuando en Mitologías se autorepresentaba como una "papa frita" en una sala de cine. Ponerse en situación de total extrañeza ante el mundo exterior es hoy más que nunca una decisión propia. Es decir, bien Barthes hubiera podido darse cuenta que, como en el teatro (que nunca criticó), cuando se apagan las luces en la sala, es porque se enciende la pantalla. Igualmente el extranjero de Augé podría perfectamente haberse dado cuenta que existen mapas y libros para facilitar el encontrar y visitar los lugares de interés en casi cualquier parte del mundo.
En cuanto a la relación mercantil en sí: ¿era tan diferente del tiempo de las carrozas? Sin duda, mucho menos personas viajaban, eran los afortunados de La vilegiatura de Goldoni, ricos nobles con sus criados y todo un equipaje de ropa y platos. Era asimismo menos peligroso el problema de la desfiguración de los paisajes y de los monumentos y sitios por un turismo salvaje, sin limitación ética ni moral. Sin embargo, el pago al hostelero, al comerciante o al mesero, era básicamente lo mismo que hoy. El intercambio comercial es sin duda menos personal en el supermercado, donde a duras penas sabe lo que vende el que ponen en el rayon de pescado o de carne, que en el mercado donde se espera que se le informe al cliente con mayor pericia, aunque no siempre sea el caso.
De igual forma, no se puede negar que, aunque toldos y camionetas, los mercados de hoy son siempre más típicos que un supermercado.
Sin embargo, una cuestión estética interesante para el arquitecto y el urbanista es: ¿por qué los lugares que Augé define como "no lugares" tienen, a menudo, mayor cualidades estéticas y mayor personalidad que las casas y los pisos que se suelen vender à tour de bras?
Hay una respuesta obvia: ahí se nos quiere vender. Así que se intenta darnos un sentimient máximo de bienestar.
Tomemos varios ejemplos llamativos: el centro comercial managua Galerías Santo Domingo tiene fuentes de agua, varios pisos, con varias entradas, y pasillos, de los cuales varios texturizados.
Los hoteles como La Gran Francia de Granada, o Montelimar, que fue alguna vez residencia veraniega de Somoza, tienen un gran atractivo. Claro está, en estos dos casos, no proviene del hotel en sí, sino de la construcción previa (aún cuando ha sido ampliamente restaurado, como en el ej. de la Gran Francia), de casa colonial burguesa.
Pero, fijémonos en los hoteles para extranjeros. Ya que Augé cita como no lugares los lugares que conocemos por las películas (pero ahí pensamos que habla más de un concepto de arquitectura ficticia que realmente de no lugar, ya que al final dicho lugar es un lugar, nada más que no material ni de acceso inmediato por el espectador), en la película Fair Game (Doug Liman, 2010), cuando se representa a Bagdad, aparece como una ciudad descompuesta, mientras que a esta visión del Tercer Mundo se contrapone enseguida la imagen de un hotel de lujo, con columna monumentales.
Los On the Run de la Esso, las Pizza Hut, los Friday's, los Subway, arquitectura internacional, repetida en cualquier país, sin embargo logran en buena medida su propósito de provocar recuerdos de ambientes reconocibles, obviamente limitados al famoso American Dream colportado por el cine hollywoodiano (veamos los retratos y fotos de deporte, cinema, o placas de carros, pegadas en todas las paredes de los Friday's), ambiente de comodidad familiar (v. la configuración de casa de dos aguas y las falsas piedras de río del exterior de los On the Run), de alegría (los colores escogidos por estos lugares son en general el amarillo y el rojo, colores vivos y cálidos).
Si bien el ambiente de los aeropuertos y los lobbies de hoteles son lugares de pasaje, logran, sobrerepresentando a menudo su carácter de monumentalidad y amplitud, dar la impresión, claro está, de inmediatez y anonimato (que da el mismo hecho de ver pasar gentes en tránsito, y el hecho de tener la consciencia que uno mismo está en tránsito), pero también de cierta paz y profundidad interna, de reconcentracion de energía y de imposibilidad de la muerte (por esto, además del peligro conocido de los aviones, la serie Destino Final a jugado sobre el aeropuerto como último lugar para adolescentes viajando - sumando así dos imposibilidad ideológicas o fantasiosas, ya que se puede morir adolescente, y en un aeropuerto, o bien, como acabamos de recordar, en un avión -).
Los supermercados, y ahora los hipermercados, donde nadie piensa vivir más de lo necesario, sin embargo, al igual que los centros comerciales, son lugares de diversión, en particular, como en Nicaragua, para los que no tienen parques de diversión. Se puede ver prendas y productos nuevos, sin pagar por ellos, se puede comer, aunque sea sólo una hamburguesa entre tres.
Los lugares de comida (Pizza Hut, McDonald) han asimismo implementado una definición y separación de sus áreas, permitiendo actividades diversificadas: en particular para los cumpleaños, y para los niños (con los mismos ya nombrados colores amarillos y rojos, que son, además, los de McDonald). Esta misma división es la que practican los hoteles y los cruceros: entre los cuartos y el lobby, obviamente, pero también entre la piscina y el tenis, entre el restaurante y las tiendas, entre el parqueo y la recepción.
Es así interesante apuntar dos cualidades no notadas por Augé de los hoteles y los supermercados:
En el caso de los supermercados: la monumentalidad (v. los Grands Magasins du Louvre después de su remodelación en 1877) y la belleza formal, y hasta de lujo (el estilo Art Nouveau de los primeros grands magasins es notable, y reconocidos la fuerza visual del efecto de la cúpula des Galeries Laffayette, en 1900 el suntuoso pabellón del Printemps es al centro de la Exposición Universal, fruto de la elaboración combinada del arquitecto Charles Risler y el afichista Jules Chéret, con el motivo de la violeta, símbolo del magasin, y la cúpula del Printemps de la Mode, segundo creado en 1907-1910, hace digna competencia a la des Galeries Laffayette). También la división de las áreas es propia de los grands magasins, así como la elección estratégica de su ubicación geográfica, que tiene que ver con la representación de los mismos para sus clientes: así, les Galeries Laffayette, ubicadas entre la ópera Garnier, los grandes boulevards y la estación Saint-Lazare, cuando se inauguran de nuevo en octubre de 1912 se compone de 96 rayons, de un salón de té, una bibliothèque y un salón de belleza, sobre cinco pisos, con balcones y su famosa gran cúpula, la cual, inspirada en el estilo bizantino, tiene 33 metros de alto, y está hecha de diez faisceaux de vitrales pintados, ensartados en una armadura metálica esculpida de motivos florales. Las balaustradas de los pisos inferiores, ornamentados con hojas, son de Louis Majorelle, también autor del pasamano de la escalera. Según las recomendaciones del dueño del magasin Théophile Bader, una luz dorada, que viene de la cúpula, inunda el gran hall y su escalera de honor, haciendo brillar la mercancía. Al tope del edificio, una terraza permite ver todo París así como la Tour Eiffel, que acababa de eregirse. Las vitrinas tienen un papel importante en esta puesta en escena heredada, en forma invertida, de la propuesta anagógica del gótico, ya que tienen el papel de crear emoción y deseo de compra, todo está hecho para que el cliente se siente bien y tenga ganas, todo el magasin siendo un himno a la democratización de la moda.
En cuanto a los hoteles, es consabido que muchas figuras relevantes del siglo XIX, y todavía del siglo XX, prefirieron vivir en grandes hoteles que en casa propia. Así no hay que extrañarse de que estos edificios ofrezcan en su fachada como en su interior un montón de lujos y detalle para el cliente rico que en ellos pasará buena parte de su tiempo y de su vida, ya no sólo como lo idea Augé en tránsito, sino en residencia permanente. Lo que vino a ser un tema recurrente de la literatura y el arte, de La Puce à l'oreille de Georges Feydeau (1907) a Pretty Woman (Gary Marshall, 1990).
Así una respuesta posible, por lo que acabamos de ver, de la suntuosidad de los grands magasins, y de la monumentalidad, tanto de éstos como de los hoteles (en sus halls de entrada por ej.), es que la arquitectura mercantil a sustituido, en parte, a la arquitectura monumental de encargo de los nobles y ricos burgueses. O, cuando el Estado sigue pidiendo obras de relevancia (como en el París de Mitterand, v. nuestro artículo sobre "Min Pei"), la arquitectura mercantil se ha puesto, a veces, no siempre, al lado de los grandes edificios del poder y la religión, recogiendo sus elementos y motivos (v. la cúpula des Galeries Laffayette, las columnatas gigantescas de los hoteles, v. a este propósito, para entender plenamente a lo que nos refereimos en cuanto a la simbología de la columna, nuestro artículo sobre este elemento arquitectónico específico).
El problema es que, por autarcia de las poblaciones vacacionales, por deseo de reproducir en todas partes un mismo modelo, la arquitectura, más que una reproducción transversal, como en las épocas anteriores (el modelo de Versailles se difundió en todo el barroco, el rococó se expresó de Italia a Alemania pasando por Francia, y hasta España y América Latina, al igual que el neo-gótico o el Art Nouveau lo hicieron de toda Europa occidental a América del Norte), produce hoy en día modelos burdamente adaptables, pero esto no sólo en la arquitectura mercantil (hoteles, comida rápida), donde a veces tienen por lo menos cierto grado de agrado (aún cuando carecen de comprensión real de los valores de disfrute antropométricos, sin embargo fundamentales: así a la monumentalidad de los halls sucede a menudo un cuarto de estrechas dimensiones y baño donde es difícil sentarse, pensamos en el caso paradigmático de las cadenas como Hollyday Inn y Accor), sino también en la arquitectura doméstica y de vivienda, a pesar de los precios elevados, donde los materiales son de mala calidad (aunque de rápida construcción), y el conjunto de una repetitividad agobiante y hasta embrutecedora.
Así, sea la casa residencial, la de banlieue o el edificio para pobres o clase media alta (comparar las cualidades materiales, constructivas y estéticas de los edificios de Parly II, lugar residencial del primer centro comercial de Francia en la región parisina, con los de HLM - habitaciones de alquiler moderado para las personas de escasos recursos - de la misma ciudad o del departamento 93), creemos que el primer problema, que debería de vislumbrarse desde el libro de Augé es que los dos principales valores que define antropológicamente como de "no lugares" de soledad y despersonalización (ausencia de proximidad, familiaridad, historia de la construcción, del edificio y de la ciudad - de hecho es perfectamente adecuado el término de "ciudades dormitorios" acuñado desde tiempo atrás para nombrar estas nuevas construcciones, que a pesar de nosotros se vuelven ciudades, creciendo tales hongos en el paisaje anterior -) son hoy los que definen mejor las características de los proyectos y las realizaciones vivenciales. Sin duda es a raíz de aquello que surgió el neo-vernacular.
Otro problema, sociológico éste, ya no sólo estético, es decir formal y de diseño, ni ético o de gestión urbana, es por qué la gente compra (y sigue comprando) esto. ¿Será falta de gusto, de perspectiva, o simplemente de juicio?